Gráfica de Eloísa Cartin
Lo que pasa cuando amanece
Lo que pasa es
que el sol quiere asomarse para ver el final de la noche, o al menos para
disfrutar del amanecer. Quiere ver como nace el rocío así, gota a gota, como campanitas
sobre las flores y las hojas.
El sol quiere
asomarse para poder ver el reflejo de la luna en los pastizales, para descubrir
todos esos pétalos pintados de plata. Ver las margaritas, los helechos, las
finas telarañas que parecen bordadas con cristales, los cristales del rocío y de las lluvias
cálidas.
Y es que el sol,
enamorado de tanta belleza, se asoma todas las mañanas, muy poco a poco, para
sorprender al mundo de la noche, o al menos al mundo de la luz tenue del
amanecer. Pero como ve todo tan lindo,
se asoma más de la cuenta y llena todo de luz…
Entonces la noche
y el amanecer se van, y queda él, el sol, otra vez, con su día, con el día de
día, con su luz brillante truncada a veces por los aguaceros, con su luz vestida algunas veces por la
niebla, pero sin poder caminar con libertad por los senderos de la noche ni
tampoco del amanecer temprano.
El sol,
despacito, se asoma a veces por el mar, a veces por detrás de las montañas,
para ver las sombras de luna o a las reinas con todo su vestido de pétalos,
completo. Pero cuando se asoma, lo más que alcanza es ver las sombras plateadas
corriendo al horizonte y las reinas de la noche doblando sus vestidos.
Claro, y el sol
se desespera, y se asoma cada vez más para encontrar algún rastro hermoso del
misterio, y cuanto más se asoma, menos sombras ve, y más se cambia el paisaje
gris plata por el dorado, o rosa o multicolor.
Y se asoma tanto, que sin
quererlo él mismo les seca las gotitas de cristal a las telarañas y las
perlitas de agua a las flores y las sombras de plata a los pastizales…
Siempre, cada
mañana, el rocío, las flores dormilonas, las finas redes de las telarañas, la
hierba de los pastos lo descubren, y como jugando con él al escondite, le ocultan todos sus secretos.
Y así todos los
días. El sol cruza todo el camino, y vuelve, se espera, se asoma, quiere ver
más, y más y cuanto más quiere ver la noche, más sale con su brillo sobre el
cielo, por allá entre montañas, y
entonces la curiosidad lo lleva a escalar más arriba, hasta el cenit….
¡Y otra vez
jugando al escondite con la luna y con las sombras de plata!. Siempre le sucederá lo mismo. Y continuará
ocultándose una y otra vez, tras las montañas, o debajo del mar, siempre con la
idea de descubrir la noche en todo su esplendor, y siempre sin poder renunciar a la luz que irradia.