lunes, 12 de enero de 2015

Gráfica de Eloísa Cartin

Lo que pasa cuando amanece

Lo que pasa es que el sol quiere asomarse para ver el final de la noche, o al menos para disfrutar del amanecer. Quiere ver como nace el rocío así, gota a gota, como campanitas sobre las flores y las hojas.

El sol quiere asomarse para poder ver el reflejo de la luna en los pastizales, para descubrir todos esos pétalos pintados de plata. Ver las margaritas, los helechos, las finas telarañas que parecen bordadas con cristales, los cristales del rocío y  de  las lluvias cálidas.

Y es que el sol, enamorado de tanta belleza, se asoma todas las mañanas, muy poco a poco, para sorprender al mundo de la noche, o al menos al mundo de la luz tenue del amanecer.  Pero como ve todo tan lindo, se asoma más de la cuenta y llena todo de luz…

Entonces la noche y el amanecer se van, y queda él, el sol, otra vez, con su día, con el día de día, con su luz brillante truncada a veces por los aguaceros,  con su luz vestida algunas veces por la niebla, pero sin poder caminar con libertad por los senderos de la noche ni tampoco del amanecer temprano.

El sol, despacito, se asoma a veces por el mar, a veces por detrás de las montañas, para ver las sombras de luna o a las reinas con todo su vestido de pétalos, completo. Pero cuando se asoma, lo más que alcanza es ver las sombras plateadas corriendo al horizonte y las reinas de la noche doblando sus vestidos.

Claro, y el sol se desespera, y se asoma cada vez más para encontrar algún rastro hermoso del misterio, y cuanto más se asoma, menos sombras ve, y más se cambia el paisaje gris plata por el dorado, o rosa o multicolor.  Y se asoma tanto,  que sin quererlo él mismo les seca las gotitas de cristal a las telarañas y las perlitas de agua a las flores y las sombras de plata a los pastizales…

Siempre, cada mañana, el rocío, las flores dormilonas, las finas redes de las telarañas, la hierba de los pastos lo descubren, y como jugando con él al escondite,  le ocultan todos sus secretos.

Y así todos los días. El sol cruza todo el camino, y vuelve, se espera, se asoma, quiere ver más, y más y cuanto más quiere ver la noche, más sale con su brillo sobre el cielo, por allá entre montañas,  y entonces la curiosidad lo lleva a escalar más arriba, hasta el cenit….


¡Y otra vez jugando al escondite con la luna y con las sombras de plata!.  Siempre le sucederá lo mismo. Y continuará ocultándose una y otra vez, tras las montañas, o debajo del mar, siempre con la idea de descubrir la noche en todo su esplendor,  y siempre  sin poder renunciar a la luz que irradia.

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