viernes, 9 de enero de 2015


Después de la disección...

Después de esas operaciones a corazón abierto, donde vemos latir los sentimientos, los reclamos mudos, las músicas de todas las ilusiones, las reales y las no cumplidas, los engaños, los regaños, las uvas, los peces, las ventanas abiertas y las cerradas, la lluvia afuera, la lluvia temprana adentro de nosotros, la que moja la ropa y el alma, la lluvia a veces adentro de la casa y escondida adentro de los ojos presionando el plexo. Y las galletas listas, pero el horno frío. Y la chimenea completa, abierta, esperando. 

Y las historias casi nunca enteras, siempre la veladura, como un virus. La veladura que distorsiona la verdad. Y en ese punto, el álgido, desfilan los condenados a la hoguera del momento, como a suertes, como en la ruleta: hoy tú, mañana yo, y luego ya incontrolable, la vorágine nos lleva marcha atrás y ahora a la hoguera, los de antes, los no conocidos, los cargadores de genes, los del estandarte de la herencia… ¡A veces con laureles y a veces a la hoguera…! 

Y el amor esperando para brindar por la reconciliación, por la lágrima fresca y nueva, no como la de Nerón, por favor, sino como la del agua de la eterna juventud, esa lágrima que es como una comunión, la comunión de verdad, la del perdón, la de la redención de todo, la que podemos usar en una receta tan rara…

RECETA: Se coge toda la historia, toda. Se junta, se revuelve, se amalgama, se envuelve en una hoja de lo que cada uno quiera, y se ata. Puede ser con un lazo de seda o con un bejuco, como quiera, y se le echa una gota de amor, es decir de lágrima. Se espera un tiempo breve, muy necesario para la cocción del sentimiento.

Cumplido el tiempo de cocción, del fuego, todo se hace nuevo, todo nace. Todo. Y uno respira a todo pulmón, se ríe, o sonríe, o lanza una carcajada limpia, según receta personal y abraza por fin, su mundo.

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